Los enfermos ‘raros’ toman las riendasEmilio de Benito y María LilloLos afectados por dolencias poco frecuentes impulsan la investigaciónLa genética abre una vía al diagnóstico y la cura
Son, detrás de los mayores, el colectivo sanitario más numeroso: unos tres millones de personas, calcula la Federación Española de Enfermedades Raras (Feder). Pero esta cantidad se diluye cuando se expone la otra parte de la fórmula: en el mundo hay unas 7.000 de estas dolencias. Si se divide el total de afectados por el de las posibles patologías se ve el porqué de su abandono. Tocan a 428 personas cada una. Muy pocos para suscitar grandes intereses. Esa es la definición de enfermedad rara: la que afecta a menos de cinco personas por cada 10.000. Esta falta de presencia es la que hace que cueste que alguien invierta en su tratamiento. Pero esta situación está cambiando. Los avances en las terapias génicas —el 80% de las enfermedades está causada por mutaciones— y la autofinanciación, gracias al esfuerzo de los propios afectados, pueden revolucionar el panorama.
Trabajo no les falta. La Asociación Española de Laboratorios de Medicamentos Huérfanos y Ultrahuérfanos (AELMHU) calcula que solo en el 10% de los casos hay “un conocimiento científico mínimo”. Y, ante esta situación, los implicados —enfermos o sus familias— han decidido tomar las riendas. Muchas asociaciones de pacientes son ya las impulsoras y financiadoras de la investigación.
Las iniciativas son múltiples. Por ejemplo, los afectados por el síndrome de West han publicado un libro infantil, Lamikela, para obtener dinero, dice la presidenta de la fundación correspondiente, Nuria Pombo. “Además, hacemos todo tipo de saraos, campeonatos de golf, recogemos tapones de plástico [una tonelada se paga a 200 euros]”. El objetivo es encontrar el porqué de este trastorno multifuncional que “tiene más de 200 causas”. “Su síntoma principal es una inmadurez del sistema neurológico”. En colaboración con la Fundación del Síndrome de Dravet, que es otra forma de epilepsia, trabajan con el Instituto de Genética Molecular del Hospital de la Paz de Madrid para desarrollar un mapa genético que permita crear un método diagnóstico. “La diferencia con la Dravet es que ellos saben qué gen es, pero nosotros no. Si ellos solo tienen que leer una página del ADN para diagnosticarlo, nosotros tenemos que mirar el libro entero, más de 30.000 genes”, dice Pombo. “Pese a los avances de las técnicas de secuenciación genética, cada una cuesta 500 euros y hay 355 afectados: solo el mapa cuesta 175.000 euros”, añade.
Es un ejemplo de la relevancia que los avances en el conocimiento del genoma tienen para muchas de estas enfermedades. “El 80% son genéticas, y muchas de ellas, monogenéticas”, dice Francesc Palau, director del Ciberer. “Muchos grupos del mundo y también nosotros usamos la técnica llamada NGS (next generation sequencing), que permite rastrear el genoma con una sensibilidad muy alta”, dice Palau. Con ello se puede identificar “genes nuevos en las enfermedades” o “aplicarlo al diagnóstico de genes ya conocidos”. Aunque esto es solo el primer paso. La técnica es muy eficaz “en el exoma, la parte codificante del ADN que se traduce en proteínas, pero este solo representa el 1,5% del genoma”, añade. Queda un inmenso 98,5% por analizar y donde se sabe recientemente que hay información que puede ser muy valiosa.
Para empezar, el diagnóstico es clave. “Hay enfermedades que se tarda 5 o 10 años en diagnosticar. Nuestros estudios indican que esto último pasa el 20% de las veces”, dice Juan Carrión, presidente de Feder. Pero no solo el enfermo se beneficiaría de saber antes qué le pasa. “El consejo genético es muy importante para las familias”, añade Palau. Por ejemplo, pueden saber si hay riesgo de concebir hermanos con la misma enfermedad, si hay un hermano ya afectado aunque sin síntomas o si deben analizarse otros miembros de la familia.
Entre los proyectos del Ciberer está la creación de un exoma modelo de los españoles, obtenido de mil individuos por el bioinformático Joaquín Dopazo, del Centro de Investigación Príncipe Felipe, señala Palau. Es un trabajo ingente. “Hay que tener en cuenta que un solo individuo pude tener 25.000 variantes”, dice.
En España hay más de tres millones de personas con una de estas dolencias
Tras diagnosticar, curar. La terapia génica ha avanzado enormemente en los últimos años, y ya hay incluso un tratamiento así para una enfermedad rara, Glybera, aprobado a finales de 2012 para tratar el déficit de la lipoproteína lipasa. Esta molécula regula el nivel de triglicéridos. Cuando falla, el afectado (generalmente, niños) tiene dolores abdominales, pancreatitis, problemas renales y erupciones. Es un ejemplo de terapia génica de libro: la enfermedad la causa un gen que no funciona, y el tratamiento consiste en inyectar un virus modificado con el gen correspondiente para que se integre en el organismo del enfermo y empiece a producir la enzima correspondiente.
Este abordaje es uno de los más prometedores actualmente, admite Palau. En España, por ejemplo, Juan Bueren, del Ciberer y el Ciemat (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas), lidera un proyecto sobre beta-talasemia, un tipo de anemia. Los nuevos virus que se usan ya no tienen el riesgo de desatar un cáncer, y, además, en este caso tienen la ventaja de que integran el gen correspondiente en monocitos, unas células que pueden ir al cerebro, que es donde más grave es la enfermedad, explica Bueren.
Jordi Cruz, de la junta directiva de Feder, destaca el impulso dado por las propias familias. Cruz, padre de un niño con el síndrome de Sanfilippo (una enfermedad metabólica) también participa de este movimiento. En su caso la terapia génica está pendiente del ensayo en humanos. Y apunta a que este tipo de trabajos tienen otra ventaja: que muchas veces se pueden exportar a enfermedades no tan raras, lo que aumentaría su rentabilidad.
Y aquí entra otro eslabón de la cadena. El final del trabajo que empieza en la investigación de una enfermedad —y en esto, por una vez, las raras no son una excepción— es que un laboratorio fabrique una cura, un remedio o, por lo menos, un diagnóstico. Da igual que la investigación básica la haga un centro privado o, como suele ser la mayoría de las veces, uno público. La infraestructura para los ensayos y, si todo va bien, posterior fabricación y comercialización la tienen las farmacéuticas. Unas muy especiales en el caso de las enfermedades raras.
El 80% de los síndromes tiene como causa una mutación del ADN
Cuando la teoría dice que nadie quiere invertir en estas patologías porque son poco rentables, ahí están ellas: las 10 empresas agrupadas de momento en la asociación de laboratorios AELMHU. “Son medianas y pequeñas, muy especializadas, algunas dedicadas a un solo producto”, dice su presidente, Luis Cruz. Muchas obedecen “al entusiasmo de un científico que descubre un mecanismo de una de estas enfermedades, y luego se lo contagia un grupo de personas que aportaban financiación”. “No van a tener la misma rentabilidad que si pusieran su dinero en otras empresas, pero lo compensa la pasión científica y la satisfacción cuando hay resultados”, añade Cruz.
En teoría, la investigación y el proceso de aprobación de estos medicamentos está protegido por la Agencia Europea del Medicamento. Los trámites son más cortos, con la idea de no retrasar medicamentos para enfermos que no tienen otra alternativa. “Pero cada vez es más complicado”, dice Cruz. “A base de recortar y recortar” se frustran las iniciativas y se produce desigualdad, añade. Y, para las empresas, ocurre algo igual de malo: encarecimiento.
Entre la aprobación de un fármaco por la EMA y la llegada a un hospital en España pueden pasar dos años. “Hay que valorar el retorno social, la importancia de que una persona en vez de vivir una vida como un enfermo crónico con un deterioro progresivo lleve una vida laboral activa, plena”, opina Cruz.
El diagnóstico de los enfermos puede retrasarse hasta una década
Pero estos problemas de acceso, por desgracia, se dan muy poco. La mayoría de las enfermedades raras todavía no tienen ni siquiera un diagnóstico claro, dice el presidente de la AELMHU. Las terapias génicas pueden cambiar muchas de ellas. “Es un área indudablemente esperanzadora”, dice Cruz. Pero con cautela. “Ya hemos visto casos, como esperanzas que hubo en fibrosis quística y hemofilias que se torcieron”, añade. “Todavía estamos en la investigación básica”. Cuando esta se supere, hay un grupo de pequeñas empresas que quisieran hacerse cargo del proyecto.
Otro problema —uno más— de estos avances es que falta una sistematización, que es uno de los objetivos de Feder. Carrión, su presidente, indica como logros del Año de las Enfermedades Raras, que termina hoy, el “aumento de la visibilidad” de estas enfermedades, la definición de unidades clínicas de experiencia que permitan saber dónde enviar a cada enfermo. Pero también hay cruces en el balance: que se considere a los enfermos como crónicos (lo que reduciría su aportación en la compra de medicamentos), y, sobre todo, que no hay igualdad en el acceso a las novedades que se produzcan. “Haría falta un fondo de cohesión estatal”, afirma.
Carrión espera que el esfuerzo sea fructífero. Y no solo para los afectados actuales. Él lo resume así: “Las familias están haciendo un gran esfuerzo. En muchos casos, sabiendo que sus hijos no van a ser los beneficiarios, sino que están trabajando para los enfermos del futuro. Y esos pueden estar en cualquier lado. Nadie está a salvo de que le toque”.