domingo, 9 de febrero de 2014

Comedor escolar: ¿llena barrigas o alimenta personas? - Anna Argemi - diario ElPaís.com


Comedor escolar:
¿llena barrigas o alimenta personas?

Anna Argemi


La disyuntiva se la planteó Nani Moré, una cocinera profesional catalana, mientras estuvo trabajando una temporada en la cocina de una colectividad. Le disgustaba tanto la comida que preparaban a base de congelados y platos precocinados que se le indigestó el sueño. Empezó a sufrir insomnio. El cargo de conciencia la llevó a saltar al vacío: dejó el trabajo seguro para buscar un proyecto que le permitiera darle sentido a su día y dormir a pierna suelta por la noche. Fue así como llegó a un parvulario público de un pequeño municipio, donde hoy cocina productos ecológicos de proximidad, enseña a los niños a comer, no sólo a portarse bien en la mesa y a acabarse lo que hay en el plato, e incluso da talleres sobre nutrición a los padres. Comida para el estómago y para la mente. Ya no elabora menús y luego va a la compra, sino todo lo contrario. Los agricultores de la zona le traen a su cocina las verduras y frutas, que son de temporada y de la zona, y sobre esa realidad ella organiza las comidas. Nani ahora alimenta personas y, de paso, también llena barrigas. Pasó de la oración disyuntiva a la coordinada copulativa.

La historia de Nani Moré se explica en un bellísimo documental, el plat o la vida (en catalán, subtitulado al castellano). La narración te deja un muy buen sabor de boca por la realización de factura impecable y por el final feliz de su trayectoria personal pero a la vez te arroja a la cara una pregunta inquietante. ¿Nos tomamos en serio los demás también la alimentación de los niños en la escuela?



Tengo la impresión de que la escuela es a ojos de la sociedad en realidad un párking donde abandonar a los niños unas horas, mientras los adultos nos ocupamos de las cosas serias e importantes de la vida. Lo hacemos, es cierto, con la esperanza de que les inculquen un mucho de conocimientos, un algo de modales y de civilidad, y sobre todo que nos los tengan entretenidos y nos los sacudan a base de bien, para que al llegar a casa hayan quemado suficiente adrenalina y no nos den demasiado la lata. Que les llenen la cabeza de datos y cifras, y la barriga de comida. Siempre ha habido, y supongo que habrá, grandes debates sociales sobre qué se les enseña a los niños dentro del recinto educativo. Los datos y las cifras tienen su peso y también la imagen del mundo que dibujan. Van a abrir o cerrar puertas profesionales en el futuro. Y eso es la escuela, a fin de cuentas: una fábrica de trabajadores. En cambio, parece que a nadie le interese seriamente qué les ponen a los niños en el plato, mientras les llenen la barriga, claro está. Ojos que no ven, barriga que no siente.

Me pregunto por qué rebajamos la alimentación a un puro trámite cuando es fundamental para una vida saludable, para experimentar uno de los gozos diarios de la vida y es una puerta para abrirse al mundo y explorarlo. En el plat o la vida se explica por ejemplo que el niño pequeño está predispuesto a lo nuevo, a probar texturas, gustos y colores diferentes, a enfrentarse a la realidad tal cual. Y nosotros deberíamos acompañarle en ese camino iniciático. En cambio muchas veces hacemos dejación de funciones, tendemos a todo lo contrario en aras de la practicidad: enmascaramos los productos naturales, ahogándolos en salsas, rebozándolos y friéndolos porque si no “el niño no se lo va a comer”. Ojalá un día haya una rebelión de cocineros y cocineras con conciencia, como Nani Moré, dispuestos a colgar el delantal si su “juramento hipocrático” se ve en entredicho.

A raíz del documental me pregunto por qué no hay en España muchos más comedores escolares ecológicos. En Cataluña, por ejemplo, sólo 15 de las 4.000 escuelas de infantil y primaria cuentan con un comedor ecológico. El dato es tanto más chocante porque España es el primer productor de agricultura ecológica a escala europea. Contamos con la materia prima al alcance de la mano. La realidad es que la mayoría de la producción se destina a la exportación. Los tenemos tan cerca pero nos quedan tan lejos. Lejos de nuestro lineal de supermercado pero, aún diría más, lejos de nuestros pensamientos y preocupaciones. Somos padres y madres que aspiran las más de las veces, como gran hito, a llenar barrigas. Y es igualmente cierto que el precio del menú es un criterio importante. Pero ¿es el único? Somos muchas veces irresponsables con lo que comemos nosotros, los adultos, así que ¿cómo no vamos a serlo con la comida de toda la familia?

La historia de Nani Moré me alegra porque me recuerda que es posible crear un comedor escolar ecológico si se hermanan la voluntad y la tenacidad necesarias. Si no existen más comedores así es porque nos falta mucha mala conciencia a todos y todas. Y el pronombre “todos” no admite excepciones. Padres, madres, cocineros, centros educativos, políticos, cada cual tiene su rol en esta película. Y héroes como Nani son los menos. Su aventura no se acaba de hecho en la cocina de su parvulario. Ahora anda enfrascada en la constitución de una asociación de comedores ecológicos de ámbito catalán para promover su existencia y crear redes de apoyo. Están de momento levantando fondos a través de la plataforma de micromecenazgo de Verkami.

Ojalá un día nos entre un ataque de mala conciencia colectiva y así podamos igualarnos a Francia en este aspecto. De nuestros vecinos nos han llegado últimamente los gritos de los manifestantes. Muchos padres y madres franceses se han echado a la calle porque no les gustan las ideas que las escuelas públicas quieren promocionar entre sus hijos. No será algo tan mediático pero es igualmente cierto que muchos franceses se organizan sin armar escándalo, sin luz ni taquígrafos, para poder decidir y controlar lo que sus retoños se llevan a la boca cuando van al cole. Y de resultas de tanta conciencia cívica, una población como Saint Etienne, de casi 200.000 habitantes, ha conseguido este año ser la primera gran ciudad francesa donde todos los comedores escolares son “bio”. No es un ejemplo aislado: las iniciativas se multiplican por todo el Hexágono gracias a la presión de las asociaciones de padres y madres, y gracias a la convicción extendida por todo el país de que la comida es “cuasi-sagrada”: sirve para llenar la barriga pero también alimenta y educa a las personas.




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